lunes, 30 de junio de 2014

Lavanda sonora

Hace un tiempo que tengo una manía por no dejar ninguna prenda blanca en paz hasta que no se vea rutilante como en la televisión. Así como existen personas compulsivas por la limpieza no creo menos válida la aceptación de mi última obsesión. Uso tres productos: Uno sin cloro, jabón “fuerte” y detergente “fuerte”. Paso la prenda de una tina a otra sin tiempo de enjuagarla. Creo que la sucesión en los actos es lo que está dándome excelentes resultados. Alisto la prenda con un día de anticipación. Esto obedece a que el vecino tiene enjaulada un ave de horribles sonidos que, no sé si por hambre o por simple cantora, suelta su terrible voz muy temprano cosa que impide seguir durmiendo. Yo nunca la he visto, pero me la imagino como una paca paca; un ave deslucida, grande y cagona. Como un compás, mientras comienzo mi trajín sigo su terrible métrica. Preparo la pasta con el artículo en polvo (sin duda –pienso- debe ser un ave poco presumible, de lo contrario, estaría ostentosamente aprisionada en una jaula a través de una ventana abierta). Mojo la blusa previamente seleccionada; es hermosa. Tiene muchos encajes y fue mi primera camisa de oficina allá por el 2008. Parece crema, pero cuando la compré era blanca como el Annapurna y es así como pretendo dejarla. Hasta a mí me resulta gracioso ver mis pequeñísimas manos recubriendo con la masa blanca y con una paleta de esas de hacer pasteles la blusa que rescaté de la basura. Son momentos en que me pierdo. Salgo de mí, no sé cómo explicarlo y comienzo a filmar desde muy lejos a la moza que hace algo raro en el lavabo y escucho un canturreo devastador, pero ella dale y dale con una espátula, ¡quién la viera esperando los 40 minutos de reposo que sugiere el artilugio! Ah, no lo he dicho. Mi nuevo oficio se complementa con el bailongo que tendremos en unas horas como previos a la Navidad. Aquí, en Pan de Azúcar, siempre se encuentra una excusa para celebrar la alegría. Ayer, unos chicos bastante eclécticos y borgianos convencieron a la comunidad, de naturaleza también conciliadora, de hacer una danza comunal en deferencia al coraje de Judas Iscariote, cuyo proceder hizo posible que se cumpliera la profecía dictaminada en las antiguas escrituras: 700 años antes del nacimiento de Jesús, el cristo. Aquí lo que sobra es alegría e inteligencia, así que no puedo tardar en terminar mi rutina pautada por el ave aberrante y presentarme junto a Alain como los comendadores de la calle Rivera para tan vivificante evento.  Siendo el medio día, cruzo las calles con mi blusa blanca como la chica del comercial que parece un reflector solar. Dejo a mi paso un rastro de olor a shampoo hecho por todas las flores del mundo. Oigo al animador invitar a los participantes a ocupar la calle cerrada y decorada. Como todo Maldonado en general, somos una mixtura de culturas y somas, así que cada participante –dos por calle- podía aportar una canción de su país. Alain mandó a la organización “Caballo viejo”, por mi parte he mandado “Cariñito” en la versión alegre que hizo Bareto. Alain se coloca nuestro número en el pecho. Me saluda con un abrazo y respira profundo en mi hombro. “¡La chica lavanda!”, dice y comenzamos el bailetón donde es más que fijo que seremos coronados todos únicamente por estar presentes; por la dicha de sabernos vivos en Pan de Azúcar, la otra ciudad de la alegría.
 
 
Uruguay, diciembre del 2013

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