jueves, 3 de julio de 2014

Felizmente nadie terminó siendo un actor porno por mi culpa

Han pasado muchos años y muchas risas, pese a todo yo sigo sintiendo culpa por los dos. No fue un error que Sabnat me preguntara si yo sabía de algún curso con el que se pudiera ganar un crédito fácil, el problema fue que yo le comentara que en el Taller de Narrativa las cosas iban a estar mantequilla puesto que el profesor se dedicaba más a la bebida que a la docencia. Sí, era un borrachín de aquellos, me acuerdo que nadie sabía su nombre, pero en el salón alguien le puso "Borges" porque decían que estaba enterrado en Ginebra. Un día, Borges llegó zigzagueando al aula con una cajita de puchos en la mano. A esas alturas, ya ni a los juzgadores les importaba su proceder. Lo raro esa tarde fue que la cajita no tuviera Lucky alguno sino papeles pequeños con el tema que desarrollaríamos como examen final. "Muy bien, ahora se acerca cada uno y saca un papel de esta caja. Lo que diga allí es el tema que van a desarrollar como examen final. Sólo permito un grupo de dos personas. Tengan cuidado con eso". Hasta entonces Sabnat y yo habíamos permanecido juntos por eso de que pasábamos de Woolf a Joyce, de Joyce a Onetti, de Onetti a Kerouac y mi amigo estaba realmente asustado. En algún momento encontré un sucio placer en el desosiego de sus ojos negros, así que nos propusimos para ser el único grupo de dos. Me avalancé alegremente a la perdición por causa de los preciosos caracoles negros que Sabnat llevaba atados en la cabeza. Al principio, cuando saqué el papel y leí, confié en la mundanería de mi coescritor. Al rato se me bajó la presión cuando me dijo que con él era de Fraiser a Seinfield, de Seinfield a Friends, de Friends a Dr. House. No sabía más. “¡No tenemos la más miserable idea para hablar de un incesto, Sabnat, porque la materia prima de todo el asunto es que tú sepas esas cosas de adultos!”, le reproché fuera de clases hasta que él dijo que sabía cómo salvar el mundo. Imaginé que tal vez su idea podría involucrarme, así que me preparé mentalmente  para salir corriendo a pedir la disolución del grupo inmediatamente después de que terminara de sustentar su plan. Ya me veía en el futuro ocultándome detrás de los árboles cada vez que nos tocara cruzarnos. Casi podía sentir el ultraje de sus palabras aún no pronunciadas, mas realmente había subestimado a Sabnat porque mientras yo deliraba en mares de opresión y afrentas, escuché su propuesta y me pareció una de las soluciones más sensatas al problema más complejo que había tenido hasta entonces. Fue un alivio que ese día mis clases hubieran empezado a las once, que la casa de mi amigo estuviera cerca, que yo siguiera siendo talla 16 para poder seguir vistiendo polos con estampados de Disney. Así que compramos dos helados de hielo y entramos a su casa, buscamos a su madre (a quien ya había conocido antes) y le contó del tema y de la responsabilidad que él –asumía- tenía para conmigo. "Entonces…", dijo a modo de pregunta su mamá mientras seguía agitando las manos para sellar un esmalte que hacía mucho rato había secado sobre sus uñas. "ENTONCES, MAMÁ, ¿ME COMPRAS UNA PORNO?". No sé por qué, pero algo me dijo que tenía que salir en el acto de aquella casa y sin besito para nadie. Al par de días mi querido ojos de litchi tenía un exceso de información que tuvimos que abreviar en dos líneas. El día que estábamos en el pasto compaginando las hojas de la obra cumbre de la perversión como examen final, Sabnat me dijo entre sí y no: "Realmente no fue un crédito muy fácil…mi mamá cree que me estás corrompiendo". Por mi parte, recordé la cena de aquella noche en que le había contado a mi tío Esteban del conflicto interno que vivía a causa de recargar a mi amigo con esos temas y que su mamá y quién sabe qué cosas más, hecho que provocó que este casi se atore de la risa: "Mi tío cree que eres una buena influencia", le comenté sin entrar en detalles. Muchos años después he vuelto a ver a Sabnat, quien ahora tiene un anillo en el anular y sigue diciendo "doblón" (como un chocolate de entonces) en lugar de "Dublín". "Me gustaba muchísimo convivir con tus angustias", me cuenta divertido mientras acomoda los pocos caracoles negros que pueblan hoy su cabeza y siento alivio por los dos porque (tal como me aseguró mi tío aquella noche) nadie terminó siendo un actor porno por mi culpa.

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