lunes, 8 de septiembre de 2014

Queridos dentistas:

Siempre que llego a esta situación pienso que los dentistas eligieron ese oficio por ser bucalmente perfectos. Treinta y dos piececillas límpidas, radiantes y perfectas que mencionan tu nombre y, por lo mismo, tienen la capacidad de juzgarte. No encuentro otra explicación para tenernos a todos mirando al techo y que no se hayan dado cuenta que nos tienen pegados todo el rato mirando a la nada. Hace tiempo, cuando me gustaba ser la conejillo de indias de mi tía, le pregunté: “Charito, ¿tú nunca te haces revisar los dientes?” Yo creo que trató de ser no sé si más cauta que profesional cuando me respondió que nunca porque ella comía pocos dulces, usaba dentífrico y se cepillaba los dientes al menos tres veces al día. He visitado tantos odontólogos que cada diente y cada molar podrían tener su propio médico y sin embargo, todos, absolutamente todos ellos, me han negado la paz de leer algo pegado en el techo. Ni el anuncio de alguna pasta o la importancia de hacerle caso al Dr. Muelitas. Chicos, no lo tomen a mal, es “una crítica progre” –como diría mi pata Daniel- los afiches en las paredes los leemos a la muerte de un obispo. Tal vez por ahí un dibujo nos llama la atención (como en el consultorio de Ciro, donde un cepillo tiene brazos y corretea con un combo a una gotita negra, que vendría a ser una caries), pero –y tómenlo solo como ejemplo- podría leer hasta a Osho si lo tuvieran pegado en ese bendito cielo raso. Fácil y hasta podría quitarme el trauma del sonido de la fresa.

martes, 26 de agosto de 2014

Texto en gíglico

Aprisiotrinable Julio: 

Es divertículo tramontar esta máscula alibertarante debido a que es un dialextúnculo que falapascamos yunmos. Todavía me respunta un tanto abelicundoso, pero he contricturado que aponteremos redeplumirnos. Vodkla-la-lá arrejuntamente a esta máscula alibertarante y falangetaria se unan muchas más. Sería una cadimentación casi tan terquitorcida como la amistad o el amor. 




Cúndemiterciamente y espérame, que ya aberrunco a tu posada.

lunes, 25 de agosto de 2014

El vertiginoso crecimiento de los perros

No sé si alguna vez tuvieron un perro. Digo, en el sentido de verlos crecer y saber que se quedarán contigo para siempre. Como les conté, hace unos días vivo con Tobías. Es raro, pero a mamá le gustó conocer a Tobías. 



Creo que hay algo importante (dentro de todo lo que ya se sabe) que debo contarles...





Los perros crecen...




Crecen mucho. No son como los gatos que, a lo supremo, serán del tamaño de la almohada. Lo más extraño de todo es que Tobi tiene menos de 3 meses y ya tenemos que cargarlo como a un carnero. 

Estoy temiendo que en algunos días tendremos que ponérnoslo al lomo para poder cargarlo.



Porque, con todo, cargarlo es la cosa más linda.

viernes, 22 de agosto de 2014

Lunattack

Cuando estaba en el colegio no hablaba casi con nadie. La gente pensaba que era sobrada. La verdad es que nunca me gustó mucho las aglomeraciones ni la gente que te habla sin motivo aparente. Años después, un psiquiatra me dio pastillas y yo las escondí tan bien que hasta ahora no sé dónde están (ni me importa). La cosa es que en ese tiempo un chico de la escuela se cansó de hablarme por las buenas, de mandarme papelitos, escribir en mi borrador frases anodinas y al final -supongo que buscando rescatar algo de su dignidad- me dijo: "Te crees la gran cosa, si te pareces a Luna"

Luna de los Lunattacks

"¿La que anda azotando el lomo de una bestia como tú?", le respondí y nos llevaron a la dirección. 

No sé cuál ganó el premio al protohumano del '98, pero la verdad es que Luna siempre me ha parecido una tipaza. 

xDD






jueves, 21 de agosto de 2014

Camilo: Sí, creo que este es el botón de la cámara. ¿Ves algo?
Nelson: No toques nada. No sabemos usarla, la podemos malograr.
Camilo: Malogrando se aprende. 



Acumuladora

Soy una acumuladora. La mayoría de mis bultos están arrinconados en mi cerebro. Acumulo nombres raros, amigos peculiares, rutas guiadas por letreros (porque no tengo la capacidad de recordar direcciones), acumulo miradas cruzadas en fracciones de segundo. Tengo cerros de canciones de todo tipo, las cuales son mezcladas por mi DJ cerebral; a veces alguna melodía antigua regresa voraz y me hace perder el equilibrio, literalmente. El domingo recordé “Angie” y fue como si me hubieran pasado 10 000 voltios; me caí en la acera, moretón en el poto. Eso también lo acumulo: moretones en las nachas, ya que me parecen más efectivas las inyecciones que las pastillas. He perdido la fobia por el placer. Siempre sucede. No es que me guste que me vayan intubando la carne por ahí, solo que he hallado el equilibrio: para padecimientos, basta con mis ideas. Amarillas, marrones, castañas, son cicatrices que guardo como trofeos de guerra. Sí, ha sido bélico para esos bichos que planificaron carcomer mi endeble cuerpo encontrarse con una superpotente dosis de barbitúricos lo cual los ha llevado a una muerte segura en menos de tres días, en el peor de los casos. Mi cuerpo se recompone cual campo de batalla al que se vuelve a dar utilidad, como una película de Fellini.
Acumulo razones, excusas, boletos de microbús. Cuando mis amigos estaban en Lima usaba estos boletos para escribir o dibujar algo atrás. No sé si alguno los conservará. Acumulo colores, plumones, temperas, crayolas, tizas de pizarra o del sastre (de quien obtengo el color lila), un lápiz de carbón es indispensable, casi vital; en fin, cualquier tinglado que sirva para definir y/o colorear, hasta el carbón me sirve y siempre procuro tener un fragmento por ahí, tiene que estar escondido para que no lo boten. 
Acumulo juguetes; míos, alguno que lo he visto pasando mala vida en casa de alguien, algunos que me regalan antes de botarlos. Acumulo lugares, situaciones, circunstancias (que no es lo mismo), conversaciones mías, de libros o películas, alguna ropa curiosa que luego preguntarás “pero de dónde sacaste eso” y, textualmente, será “de por ahí”. 
Acumulo recuerdos tristes, nostalgias y gritos de jíbaros, pero no rebusco en ellos. Son una ruma que he dejado lejos, en una pampa, circundada por púas y cerco eléctrico. 
Acumulo películas, libros, dibujos de mis primos chiquitos, algunas revistas de chistes, palitos, servilletas, envolturas de dulces que me compran mis amigos y tengo un sachet personal de mostaza que caducó hace muchos años en mi mochila. Tantos, que lo he elevado a la santificación puesto que un día ante un libro -mientras lo apretaba- pensé: “Ay, sachetcito de mostaza, que cueste tanto como lo que tengo en el bolsillo”. Y concedió. 
Acumulo tardes cualquiera como si fueran de domingo, pensando si me sucederá como a Felipe que de un niño cobardón pasó, según la carta de Mafalda, a concretar su sueño en La Habana. Ojalá que cuando mi sueño ya no sea un sueño acumulado, nos demos cuenta que también tus sueños estaban irremediablemente destinados a cruzarse con los míos, como los hombres de la portada del “Wish you were here”. No deberías asustarte porque, si es necesario, asumiré el papel de la autocombustión, aunque, de cualquier forma, siempre deberías estar preparado para correr.