sábado, 28 de junio de 2014

Facultades de los raros (texto rápido si usted lee rápido)

Las primeras impresiones no son las que cuentan. No. Las personas que te ponen en frente por primera vez son autómatas con temas, frases y diálogos preparados. Sí. Hasta el diálogo. Si intentas salir de sus artificios ellos rápidamente encontrarán la manera de colocarte en el lugar que te asignaron justo antes del cóctel/convite/refrigerio/reuniónsocialcualquiera donde programaste tu estancia para esa hora y fecha. Aunque todo es relativo, depende mucho de las habilidades del interlocutor. Muchas veces éstas suelen ser tan escasas ante los raros, que estos terminan por deshacerlos enredándolos en sus propios temas que finalizan siendo una gigante madeja de lana pelúcida. Entonces es el momento. Les dejas con el paquete y prosigues tranquilamente a llenar tu bandejita con los más sabrosos apetales (en el caso de los bufés, claro). Ahora, sigamos con la vida, el tiempo y la salud. La segunda, tercera, cuarta y etcétera impresión es la que cuenta. De pronto la alzada muñeca de recursos humanos está trepada en el micro de al lado, con la axila sudosa y el cabello hecho rafia. Está discutiendo airadamente con el cobrador que no quiere china hasta Frutales. La voz lene y de palabras refinadas se quedaron en la oficina, porque allí viven. Tú la observas tranquilamente desde tu siento en la combi imaginando cuánto puede influir el colorete en sus labios como elemento catalizador de su verbo. Sacas una libretita y apuntas en tu lista de “Motivos de investigación”. Porque todo raro tiene su libretita donde apuntan sus cosas raras y, según caducan, las guardan en algún lugar raro, no vaya a ser que las encuentre su madre quien hará todo los posible (y lo imposible) para arrastrarlo al hospital y le revisen el cerebro. Así, cuando la dulce dama del medio de transporte adyacente sienta tu mirada habrás de hacerle hola con la mano y mostrarle tu sonrisa más feliz, puesto que por fin has tenido el gusto de conocerla en su lado animal vespertino, que es el menos impuesto y por lo tonto, ol mós soncero. Las terceras impresiones le suceden a los raros en los centros comerciales. El más receloso de tus nuevos colegas está siendo arrastrado de aquí para allá por dos adolescentes y un niño. Lo bolsiquean/gritan/ordenan en medio de su risa nerviosa. Risa al fin y al cabo, porque tú, raro, nunca lo viste ni sonreír en la reunión de introducción donde a la más mínima indirecta le trajeron su Carmenere en fuente de plata afiligranada. Sólo decía: "Ah, la patria, la patria" y mucha gente aplaudía por una patria ajena que hacía feliz -muy para adentro- a tan cetrino colega. Las cuartas impresiones suelen ser las más ominosas. Los raros creen haberlo visto todo, pero no. Preparen la libreta. La nueva matrona de contabilidad -envidiada e hiperregia a sus cuarenta a quien te presentaron cuando tú, marrano como siempre, estabas con la boca atestada de panecitos rellenos en aquella famosa reunión donde pidió ser circundada para que comentara una sola vez su prolongada currícula- está ahora frente a ti dando de tumbos con un bebé en la pañalera del baño del cine. No es precisamente mostaza lo que tiene entre sus manos ni pepián de choclo. Tampoco está articulando cosas como corporación/estadísticamente/inversionperiodicamensual, creo –en su defecto- que está acusando a algo parecido a un humano muy chiquito que berrea sin César -porque éste hace muchas glorias que es finado- pero sin cesar de ser humanodemasiadohumano hasta los esfínteres colónicos. Bueno, tú a lo tuyo, sacas un poco de jabón y presionas el caño. La mujer que debe ser una matrona megaregia de cuarenta años es hoy una simple madre –si es que acaso puede haber simplicidad en ello- quien sin mirarte te pide por favor que deposites en un tacho una bola plástica del tamaño de la cabeza del berreante. La bola blanca no huele al Ricci de la contadora de la reunión. Te recuerda más bien a tus axilas de chivo cuando te olvidas de echarte el desodorizador. Es más, por fin sientes que tienes algo en común con aquella mujer. Hoy en este lugar ambos están oliendo a lo mismo sin parloteo merchandaisico ni boletín estadístico de hidrocarburos ni junta urgente a la una que hace participar hasta a tu buche. "Chau, Sonia, qué gusto volver a verte" y lo dices con absoluta franqueza debido a los motivos merodeantes. Sonialacontadoradetantomundo introducida en sus crocs -como tú- quiere meter la cara entre las nalgas del casi humano que todavía no termina de limpiar.

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