Hace años que no iba a la casa de Cristo. Ciertamente, bien
puede ser una década; sin embargo, yo le conocí cuando aún éramos niños. Nos gustaba ir a rebuscar la biblioteca de la iglesia. Aún tengo
mi carné de afiliada que me costó veinte céntimos (algo así como la quinceava parte de un dólar) y con el cual no sólo tenía
derecho a desgajar esos pequeños libreros, también podía ir a molestar a la mismísima BNP (Biblioteca Nacional del Perú). Bueno, la historia comienza con la inexistencia de un encargado oficial en esa dependencia parroquial, aunque una señora algo mayor
aparecía con frecuencia nada era seguro de un día a otro. Al entrar y al salir, teníamos que registrarnos en el libro de visitas. Ese acto que ahora puede parecer banal era entonces una
garantía de vida de muchos mozuelos cuyas madres trabajadoras y desconfiadas
iban a verificar si sus chicos habían mantenido su estancia allí tal como
sostenían en casa. Como allí todo se leía, noté en aquel libro un nombre peculiar y recurrente: Cristo Peña-Flor Estrada. Sí
pues, me asombró que alguien se llamara "Cristo". Pensé que podía ser uno de
los curas de la iglesia. Al día siguiente me senté cerca de la mesa de firmas
que, para variar, ese día estaba siendo vigilada por un adolescente anarcopunk. Cuando
entraba un niño me levantaba a ver si había llegado Cristo. "Hey, tú, ¿estás
buscando enamorado?", me dijo el tipejo mientras se echaba esmalte negro en las
uñas. No sé, tal vez su sonrisa socarrona me hizo pasita y me olvidé un tiempo del asunto cuando una tarde la señora del cigarro enunció
con su voz ronca: "Peña-Flor, ha llamado su madre, vaya a casa". Vi a un niño
enjuto marcar su salida en el libro y cargar con una pesada mochila. No sé por qué, pero
me propuse ser su amiga. Un viernes regresó y fui hasta su mesa. Puse mi libro de biología y
él me miró temeroso. En medio de la enciclopedia que supuestamente leía tenía
una revista de cine y le hablé.
- Mi prima y yo vimos una película de terror el domingo
pasado.
- ¿Cuál?
-"El Exorcista", me dio mucho miedo.
Hizo una mueca de que iba a pegar una tremenda carcajada, pero sólo
clavó sus inmensos dientes en la revista y me miró con la profundidad de sus ojos marrones.
- Eres ñoña, esa película la vi cuando era
niño y nunca me dio miedo.
- Aún eres un niño.
- Pero soy más alto que tú...
- Cualquiera es más alto que yo.
Días
después recolectábamos moras del cerco vivo de la iglesia. Éramos unas cabras depredadoras. La pregunta de rigor no se hizo esperar.
Me contó que su madre había renunciado a ser monja para casarse, pero su padre
falleció incluso antes de enlazarse con ella, así que tomó su embarazo como una
maldición a sus votos de castidad y obediencia. Para contrarrestar o tratar de
minimizar en algo esa mala suerte llamó a su hijo con ese deífico nombre. He vuelto
a encontrar a Cristo hace unas semanas. Sólo está de paso por aquí, estudió
cine y la mayor parte de sus días los pasa en Colombia. Tirados en el piso,
hace un análisis para mí sobre "El Exorcista". Noto que ya es un hombre que no necesita refugiarse en
ninguna biblioteca para olvidarse del hambre que tenía que aguantar hasta que
su madre regresara a casa vestida de rosarios. Me cuenta que nuestro juego de
arrancar moras en el cerco de la iglesia lo salvaron muchas veces de comerse
las hojas de sus cuadernos. Siento que a ambos algo ya nos ha golpeado bien duro, así
que recordamos estas cosas como si fueran algo natural, algo por lo que
teníamos que pasar sin posibilidad de torcer nuestra suerte. Nos ha quedado mi risa y su humor negro, porque
para ser Cristo hay que haber sido flagelado y revivir para
contarlo.
Cristo se salvo a si mismo y no tuvo ya que cargar con la salvación de otros, por fin, Cristo es libre.
ResponderBorrarEs bueno saberlo. :)
ResponderBorrar